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Pelópidas.

tió al primer aspecto la entereza que conservaba en medio de su triste estado; y ántes considerando por el desaseo de su cabello y barba, por su gastada ropa, y por el modo con que se le trataba, que se le hacía pasar por lo que no correspondia á la autoridad de su persona, se echó á llorar. A Pelópidas, que no sabía quién fuese aquella mujer, le causó admiración; mas luego que lo supo, la saludó por su nombre de familia, por ser amigo íntimo de Jason; y como aquella le dijese: «Cuánto compadezco á vuestra mujer! Yo tambien á vos, le respondió, porque estando sin prisiones, aguantais á Alejandro.» Por este término se insinuó en el ánimo de Teba, que no podia efectivamente sufrir la crueldad y las maldades del tirano; el cual habia llegado en ellas hasta el extremo de haber hecho sufrir la última afrenta al más mocito de los hermanos de la misma Teba. Así es que frecuentemente visitaba á Pelópidas, y franqueándose con él sobre lo que padecia, su ánimo se llenó de ira, de encono y de despecho contra Alejandro.

Los generales tebanos, habiendo invadido la Tesalia, por impericia y algun casual descalabro se retiraron sin haber contribuido en nada al objeto de la expedicion; y la ciudad, despues de haber multado á cada uno de ellos en diez mil dracmas, confió á Epaminondas el mando del ejéreito. Al punto, pues, hubo grandes alteraciones entre los Tesalianos, alentados con la fama del general; y las cosas del tirano se pusieron en estado de no ser necesario gran poder para echarlas por tierra: ¡tal fué el miedo que sobrecogió á sus generales y sus amigos! ¡tal el ansia que nació en sus súbditos de abandonarle! y ¡tal el gozo por lo que esperaban! pareciéndoles estar ya en el momento de ver al tirano expiar sus crímenes. Pero Epaminondas, prefiriendo á su propia gloria el salvar á Pelopidas, y temiendo no fuera que si las cosas se revolvian, Alejandro en un acceso de desesperacion se convirtiese, á la manera de las