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MARCELO.

Marcelo, lo primero porque habia concitado odio y envidia á la ciudad, llevando en triunfo no sólo hombres, sino Dioses cautivos; y lo segundo, porque al pueblo, acostumbrado á pelear y labrar, distante del regalo y la holgazanería, y que era á semejanza dei Hércules de Euripides, Nada artero en el mal, para el bien recto, le llenó de ocio y de parlanchinería sobre las artes y los artistas, haciéndose placero, y consumiendo en esto la mayor parte del dia. Con todo, él hacía gala áun entre los Griegos de haber enseñado á los Romanos á apreciar y tener en admiracion las preciosidades y primores de la Grecia, que ántes no conocian.

Oponíanse los enemigos de Marcelo á que se le decretase el triunfo, porque todavía se habia quedado algo por hacer en Sicilia, y porque concitaba envidia el tercer triunfo; mas convinose con ellos en que el triunfo grande y perfecto le tendria fuera, yendo la tropa al monte Albano; y en la ciudad tendria el menor, al que llaman aclamacion los Griegos y ovacion los Romanos. En éste el que triunfa no va en carroza de cuatro caballos, ni se le corona de laurel, ni se le tañen trompas, sino que marcha á pié con calzado llano, acompañado de flautistas en gran número y coronado de mirto, como para mostrarse pacífico y benigno, más bien que formidable; lo que para mí es la señal más cierta de que en lo antiguo, no tanto se distinguian entre sí ambos triunfos por la grandeza de las acciones como por su calidad; porque los que en batalla vencian de poder a poder á los enemigos, gozaban á lo que parece de aquel triunfo marcial, y digámoslo así, imponedor de miedo, coronando profusamente con laurel las armas y los soldados, como se acostumbraba en las lustraciones de los ejércitos; y á los generales que sin necesidad de guerra con las conferencias y la persuasion terminaban felizmente las á