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ARÍSTIDES.

ustos bienes que reputamos divinos el único que está en nuestro albedrío; en lo que van muy engañados, no reflexionando que á la vida pasada en el poder y la fortuna, la justicia la hace digna de los Dioses, y la injusticia propía de las fleras.

Aunque á Aristides al principio le fué muy lisonjero aquel sobrenombre, últimamente vino á conciliarle envidia, principalmente por el cuidado que puso Temistocles en sembrar el rumor entre la muchedumbre de que Arístides, haciendo inútiles los tribunales con meterse á juzgarlo y decidirlo todo, aspiraba sordamente á prepararse sin armas una monarquía. Además de esto, engreido el pueblo con la victoria, y creido de que de todo era por sí capaz, no podia aguantar á los que tenian un nombre y una fama que oscurecian á los demas. Concurriendo, pues, á la ciudad de todas partes, destierran á Arístides por medio del ostracismo, apellidando miedo de la tiranta lo que era envidia de su gloria. Porque el ostracismo no era pena de alguna mala accion, sino que por cierta delicadeza se le llamaba humillacion y castigo del orgullo, y de un poder inaguantable; cuando en realidad no era más que un suave consuelo de la envidia, que no usaba medios insufribles, sino que se libraba, con una mudanza de país por diez años, de una incómoda molestia; y porque despues algunos empezaron á sujetar á esta especie de destierro á hombres bajos y conocidamente malos, de los cuales el último fué Hipérbolo, hubieron de abandonarla. Dícese que para sujetar á Hipérbolo al ostracismo sucedió lo siguiente: desacordaban entre sí Alcibiades y Nicias, que eran los de mayor influjo en la ciudad; y cuando el pueblo iba á echar la concha, sabiendo los unos de los otros á quién iban á escribir en ella, se confabularon por fin ambos partidos, y de comun convenio trataron de desterrar á Hipérbolo. Reflexionó luego el pueblo, y creyendo desacreditado y afrentado aquel medio político, lo dejó y abolić TONO II.

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