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Plutarco.—Las vidas paralelas.

pensaba, pues, Anibal en el Africa, y en que allí sería su sepulero, porque alli acabaria sus dias; pero hay en Bitinia un sitio elevado á la orilla del mar, y junto á él una aldea no muy grande que se llama Libisa. Hacia la casualidad que allí era donde residia Aníbal; pero como desconfiase siempre de Prusias por su debilidad, y lemiese á los Romanos, habia abierto desde su casa siete salidas subterráneas, en tal disposicion, que partiendo de su cuarto la mina hasta un cierto punto, luego las salidas iban de allí muy lejos sin que se supiese dónde. Habiendo entendido, pues, la solicitud de Tito, se propuso buir por las minas; pero habiendo dado con las guardias del Rey, determinó quitarse la vida.

Algunos dicen que rodeándose el manto al cuello, y mandando á un esclavo que apretando con la rodila en la cintura tirase con fuerza, haciéndolo éste así, le detuvo el aliento y le abogó; pero otros son de sentir que imitando á Temistocies y á Midas bebió sangre de toro. Livio refiere que llevando consigo un veneno, lo deslió, y que al tomar la taza prorumpió en estas palabras: «Soseguemos el nimio cuidado de los Romanos, que han tenido por pesado é insufrible el esperar la muerte de un viejo desgraciado. Y á fe que no podrá hacer Tito le sea por nadie envidiada una victoria tan poco digna de serlo, y ca la que tanto degeneró de sus mayores, que á Pirro, que les hacía la guerra y los habia vencido, le dieron aviso de que iba a ser enve nenado.

De este modo se dice haber muerto Aníbal; mas dada la noticia al Senado, no pocos se declararon contra Tito, graduándole de nimiamente cuidadoso y cruel en haber hecho morir á Aníbal (que podia mirarse como una ave sin alas y sin plumas á causa de su vejcz, á la que de compasion se deja vivir), cuando nadie le impelia á ello, y por sólo el deseo de gloria para tomar nombre de aquella muerte; lo que todavía causaba más maravilla, contraponiendo la mansedumbre y magnanimidad de Escipion Afri-