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PIRRO.

nadie los recibió, sino que lodos y todas respondieron que hechos los tratados con la autoridad pública, de los bienes de cada uno podria disponer el Rey á su voluntad, dándose en ello por servidos. Con el Senado usó Cineas de un lenguaje muy conciliador y humano; y sin embargo, no se mostraron contentos, ni dieron señales de admitir las proposiciones, por más que les dijo que Pirro volveria sin rescate los que habían sido hechos cautivos en la guerra, y les ayudaria á sujetar la Italia, sin pedir por todo esto otra cosa que paz y amistad para sí, y seguridad para los Tarentinos. Habia manifiestos indicios de que los más cedian y se inclinaban á la paz, por haber sufrido ya una gran derrota y temer otra de fuerzas mucho mayores, despues de incorporados con Pirro los Italianos. A esto Apio Claudio, varon muy distinguido, pero quo por la vejez y la privacion de la vista se había retirado del gobierno, como corriese la voz de las proposiciones licchas por el Rey, y prevaleciese la opinion de que el Senado iba á admitir la paz, no pudo sufrirlo en paciencia, sino que mandando á sus esclavos que tomándole en brazos le pusiesen en la litera, de este modo se hizo llevar al Senado pasando por la plaza. Cuando estuvo á la puerta, recibiéronle y cercároule sus hijos y sus yernos, y le entraron adentro, quedando el Senado en silencio por veneracion y respeto á persona de tanta autoridad.

Habiendo ocupado su lugar: «Antes, dijo, me era molesto, oh Romanos, el infortunio de haber perdido la vista; pero ahora me es sensible, como soy ciego no ser tambien sordo, para no oir vuestros vergonzosos decretos y resoluciones, con que echais por tierra la gloria de Roma.

Porque, ¿dónde está abora aquella expresion vuestra, celebrada siempre en la memoria de todos los hombres, de que si hubiera venido á Italia el mismo Alejandro el Grande, y hubiera entrado en lid con vosotros, todavía jóvenes, ó con vuestros padres que estaban en lo fuerte de la edad,