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PIRRO.

quien Cineas había hecho larga mencion, como de un hombre justo y gran guerrero, pero sumamente pobre. Tratóle Pirro con la mayor consideracion, y procuró atraerie á que tomase una cantidad de oro, la que no se le daba por ningura condescendencia ménos honesta, sino con el nombre de prenda de alianza y hospitalidad. Rehusóla Fabricio, y Pirro por entonces se desentendió; mas al dia siguiente, queriendo dar un susto á Fabricio, que no habia visto nunca un elefante, dió órden de que cuando estuvieran los dos en conversacion hicieran que de repente se apareciera por la espalda el mayor de ellos, corriendo la cortina. Hizose así, y dada la señal, se corrió la cortina; y el elefante, levantando la trompa, la llevó encima de la cabeza de Fabricio, dando una especie de alarido agudo y terrible. Volvióse éste con sosiego, y sonriéndose, dijo á Pirro: «Ni ayer me movió tu oro, ni hoy tu elefante.»» Hablóse en el banquete de diferentes asuntos, y con especialidad de la Grecia y de los filósofos; y Cineas sacó la conversacion de Epicuro, refiriendo lo que dicen los de su escuela acerca de los Dioses, del gobierno y del fin supremo, poniendo éste en el placer, buyendo de los empleos como de un menoscabo y alteracion de la bienaventuraoza, y colocando á los Dioses lejos de todo amor y odio, y de providencia alguna por nosotros, en una vida descansada y llena de delicias. Todavía no habia concluido, cuando exclamó Fabricio: «¡Por Júpiter, estas sean las opiniones de Pirro y de los Samnites, mientras mantienen guerra con nosotros!» Maravillado cada vez más Pirro de la prudencia y de la probidad de Fabricio, fué tambien mayor su deseo de hacer por su medio amistad con Roma en lugar de continuar la guerra: exhortábale, pues, en sus particulares conferencias á que se hiciera el tratado, y despues le siguiese y viviese en su compañía, en la que tendria el primer lugar entre sus amigos y generales; á lo que se dice haberle contestado sosegadamente: «Pues eso, oh