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PIRRO.

Despues de la batalla inmediatamente recobró las ciudades; y habiendo vencido á los Egeos, los trató mal en diferentes maneras, y además les dejó guarnicion de los Galos que militaban en su ejércilo. Son estos Galos gente de insaciable cudicia, y se dieron á abrir los sepulcros de los reyes que allí estaban enterrados, robaron la riqueza en ellos depositada, y los huesos los tiraron con insulto.

Pareció que Pirro habia tomado este mal hecho con tibieza y desprecio, bien fuese que no atendió á él por sus ocupaciones, ó bien que hubo de disimular por no atreverse á castigar á los bárbaros, cosa que reprendieron mucho en él los Macedemonios; y cuando todavía su imperio no estaba seguro ni habia tomado flrme consistencia, ya su ánimo se habia inflamado con otras esperanzas. A Antigono le llamaba hombre sin vergüenza, porque debiendo ya tomar la capa, áun usaba la púrpura. Vino á él en este tiempo Cleonumo de Esparta, y llamándole contra la Lacedemonia, se presentó muy contentu. Era Cleonumo de linaje real; pero mostrándose hombre violento y despótico no inspiró amor ni confianza; y así fué Areo el que reinó, siendo aquella nota en él muy antigua y pública entre sus ciudadanos. Estando en edad se casó eon Quelidonis la de Leotuquidas, mujer hermosa, y tambien de regio origen; pero ésta andaba perdida por Acrotalo, hijo de Areo, mozo de brillante figura, lo que para Cleonumo, que la amaba, hizo aquel matrimonio desabrido á un tiempo y afrentoso, por cuanto no habia Esparciata alguno á quien se ocultase que era despreciado de su mujer. Reuniéronse de este modo los disgustos de casa con los de la república: por ira y por despique atrajo contra Esparta á Pirro, que tenia á sus órdenes venticinco mil infantes, dos mil caballos y veintitres elefantes; de manera que al punto se echó de ver en la superioridad de sus fuerzas que no iba á ganur á Esparta para Cleonumo, sino á adquirir para si el Peloponeso; sin embargo de que en