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CAYO MARIO.

riles de lo que correspondia á un varon que tales guerras y expediciones habia acabado. Dícese que esta casa la compró Cornelia en sesenta y cinco mil denarios (1); y que de allí á muy poco tiempo la volvió á comprar Lucio Luculo en quinientos mil y doscientos: ¡tanta fué la celebridad con que se precipitó el lujo, y tanto el aumento que tuvieron el regalo y la molicie! Mario, queriendo con tanta ánsia como impropiedad disimular la vejez y los achaques, bajaba todos los dias al campo, y ejercilándose con los jóvenes, hacia ostentacion de un cuerpo ágil para las armas y expedito para montar, aunque en realidad con los años su cuerpo por la mole se había hecho poco manejable, haHlándose sobrecargado de gordura y carne. Algunos habia á quienes satisfacia con esto; y bajando asimismo al campo, veian con gusto sus ejercicios y ocupaciones; pero los que mejor lo examinaban, miraban con desdeñosa compasion su avaricia y su soberbia; pues babiendo llegado a ser de pobre muy rico, y de pequeño muy grande, no discernia el término de la felicidad, y ni eslaba contento con ser admirado, ni gozaba tranquilo de su dicha presente; sino que como si lodo le faltase, sacando de los triunfos y de la gloria una vejez tan adelantada, iba á arrastrarla á la Capadocia y al Ponto Euxino, para combatir con Arquelao y Neoptolemo, sátrapas de Mitridates. Las excucas que 80+ bre esto daba Mario eran del todo ridículas; porque decia ser su ánimo que su hijo á su presencia se ejercitase en la milicia.

Manifestaron estas cosas la oculta enfermedad de que largo tiempo habia adolecia Roma, habiendo encontrado Mario el instrumento más á propósite para la ruina comun en la osadía de Sulpicio; el cual, admirando y emulande por lo demas las malas artes de Saturnino, un ponia la (1) El denario venía á valer dos reales y medio de nuestra moneda.