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Plutarco.—Las vidas paralelas.

que por zaherir usa de ellas, reconoce ser movido á divulgarlas por enemistad.

Desde luego se dedicaron muchos de los principales á seguirle y obsequiarle; pero era bien claro que la mayor parte de ellos no admiraban ni halagaban otra cosa que lo bello de su figura: solo el amor de Sócrates nos da un indudable testimonio de su virtud y de su indole generosa.

Advertia que ésta se manifestaba y resplandecia en au semblante; y temiendo á su riqueza, al esplendor de su origen, y á la muchedumbre de ciudadanos, de forasteros, y de aliados que trataban de apoderarse de él con sus lisonjas y sus obsequios, se propuso defenderle y no des ampararle, como una planta que en flor iba á perder y viciar su nativo fruto. Porque en nada la fortuna le fué tan favorable, ni le pertrechó tanto exteriormente con los que llamamos bienes, como con haberle hecho por medio de la filosofia invulnerable é impasible á los dichos mordaces y cáusticamente libres de tantos como desde el principio se propusieron corromperle, y retraerle de oir á su amonestador y maestro; y así es que a pesar de todo, por la bondad de su indole hizo conocimiento con Sócrates, y se estrechó con él, apartando de sí á los ricos y distinguido!

amadores. Entró, pues, muy luego en su confianza, oyendo la voz de un amador que no andaba á caza c placeres indignos, ni solicitaba indecentes caricias, sir que le echaba en cara los vicios de su alma y reprimia vano y necio orgullo, Como gallo vencido en la pelea, Dejó caer acobardado el ala.

Veia en esto la obra de Sócrates; pero en la rea reputaba ministerio de los Dioses en beneficio y sa de los jóvenes. Desconflándose, pues, de sí mis rando á aquel con admiracion; apreciando su b