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CATON EL MENOR.

César aquella gracia, gastó todo el día en hablar, y de este modo dejó sin efecto la resolucion del Senado. Dando, pues, César de mano al triunfo, entró en la ciudad, y ya no pensó más que en Pompeyo y en el consulado. Designado cónsul, desposó á Julia con Pompeyo; y concertados entre si contra la república, el uno proponia loyes sobre el sorteo y repartimiento de tierras á los pobres, y el otro se presentaba á defenderlas. Lúculo y Ciceron, poniéndose de acuerdo con Bibulo, que era el otro cónsul, se esforzaban á resistir, y sobre todo Caton, que empezaba ya á entrever que ia amistad y union de César y Pompeyo no se habia hecho para nada bueno; y así dijo expresamente que no era el repartimiento de tierras lo que temia, sino el salario que por él pedirian los que lisonjeaban á la nacion con aquel cebo.

Con este razonamiento abrazó su opinion todo el Senado, y de los de fuera de él no pocos, indignados con el extraño proceder de César; porque cuanto los más violentos y temerarios de los tribunos proponian para adular á la muchedumbre, otro tanto ponia en ejecucion en uso de su autoridad consular, caplando vergonzosa y vilmente los aplausos de la plebe. Hubieron, pues, por el recelo que esto les inspiraba, de recurrir á la fuerza; y en primer lugar, al mismo Bibulo cuando bajaba á la plaza le arrojaron encima una espuerta de porqueria; despues echándose sobre sus lictores les rompieron las fasces; y, por fin, habiéndose tirado algunos dardos, con los que muchos fueron heridos, todos los demas huyeron de la plaza corriendo, y sólo Caton, que se quedó el último, se retiraba paso entre paso volviéndose á mirar á los ciudadanos y abominando de ellos; con lo que no sólo hicieron sancionar ol repartimiento, sino que se determinó que habia de jurar el Senado, que por su parte daria fuerza á la ley y prestaria auxilio si alguno viniese contra ella, imponiendo graves penas á los que no jurasen. Juraron, pues, todos por necesidad, LeTOMO IV.

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