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Plutarco.—Las vidas paralelas.

niendo presente lo que le habia sucedido á Melelo cl mayor; que por no haber querido jurar una ley como aquella, tavo que salir desterrado de la Italia, sin que el pueblo volviera por él. Por esta razon á Caton las mujeres de su casa le rogaron encarecidamente y con muchas lágrimas que la jurase y cediese, y lo mismo le pidieron sus amigos y allegados; pero el que más le persuadió y movió á que jurase fué Ciceron el orador, exhortándole y haciéndole ver que quizá ni siquiera es justo el pensar que uno sólo deba oponerse á lo establecido por la sociedad entera; y que por de contado es necedad y locura querer perderse cuando es imposible remediar nada en lo hecho, y el último de los males, el que haciéndolo y sufriéndolo todo por la república, la abandonase y entregase á los que querian perderla, pareciendo que se retiraba contento de los combatos que por ella sostenia; «pues si Caton, le dijo, no necesita de Roma, Roma necesita de Caton, y necesitan todos sus amigos,» de los cuales decia Ciceron ser el primero, y contra quien se dirigia Clodio su enemigo, queriendo emplear en su ruina la autoridad del tribunado. Ablandado con tan poderosas razones é instancias en casa y en la plaza, se dice haberse dejado por fin vencer Caton, aunque con difcultad, y que pasó á prestar el juramento el último de todos, á excepcion solamente de Favonio, uno de sus más intimos amigos.

Alentado César con estos sucesos dió otra ley, por la que se repartió, puede decirse, toda la Campania á los pobres é indigentes, no contradiciéndola nadie sino Caton, y.

á éste, César desde la tribuna lo condujo á la cárcel, sinque en nada cediese de su entereza, ántes por el camino iba hablando contra la ley, y exhortando á los ciudadanos á que no condescendieran con los que que bacian semejantes propuestas. Seguíale el Senado abatido y triste, y lo mejor de la ciudad diegustado é indignado, aunque en silencio, tanto, que César no pudo ménos de comprauder