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CATON EL MENOR.

F CATON EL MENOR.

Di querían. Algunos se dejaron caer ciertas expresiones sobre los senadores, y sobre detenerlos en la ciudad hasta la llegada de César; pero en cuanto á esto hizo Caton como que no lo habia oido, porque era un poco sordo; mas como llegase uno y le dijese que los de á caballo se marchaban, temeroso de que los trescientos tomasen alguna cruel determinacion con los senadores, se levantó y partió con los que siempre tenía á su lado; y viendo que aquéllos efectivamente se habian puesto en marcha, tomó un caballo y fué á alcanzarlos. Vieron con gran placer que se dirigia hácia ellos, le aguardaron, y pidieron que con ellos se salvase: y se dice que en aquella ocasion se vió á Caton derramar lágrimas, rogándoles por los senadores, tendiéndoles las manos, y volviendo por las riendas algunos caballos y cogiéndoles las armas, hasta que recabó que aguardasen por aquel día para proporcionar á aquéllos seguridad en su fuga.

Luego que volvió con ellos y puso á unos en las puertas, y á otros les confió la guardia de la ciudadela, temieron los trescientos que iba á tomarse venganza de su mudable conducta; por lo que enviaron rogadores á Caton, pidiéndole encarecidamente que pasase á oirlos; pero rodeándole los senadores, no se lo permitian, diciendo que no era razon dejar á su salvador y protector á la discrecion de unos tra:dores desleales. Porque á lo que parece, todos igualmente cuantos se hallaban en Utica conocian, deseaban y admiraban la virtud de Caton, no quedándoles duda de que nada habia en sus obras que no fuese puro y sin doblez. Así es que un hombre que muy de antemano tenia resuelto quitarse la vida, se tomaba por los otros los mayores trabajos, cuidados y afanes, para poder, despues de haberlos sacado á todos á salvo, sacarse á sí mismo de entre los vivientes, pues era bien clara su decision á darse la muerte, aunque él no lo dijese. Prestóse, pues, á los deseos de los trescientos, despues de haber tranquilizado á TOMO IV.

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