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Plutarco.—Las vidas paralelas.

y decidor hasta hacerse juglar, usando muchas veces de ironia en los negocios que pedian diligencia y estudio, y empleando en las causas los chistes, sin atender á otra cosa que á sacar partido con ellos, solia desentenderse del decoro: como en la defensa de Celio, en la que dijo: «no ser extraño que entre tanta opulencia y lujo se entregara á los placeres; porque no participar de lo que se tiene á la mano es una locura, especialmente cuando filósofos muy afamados ponen la felicidad en el placer.» Dícese que acusando Caton á Murena, le defendió Ciceron siendo cónsul; que por mortificar á Caten, satirizó largamente la secta estóica, á causa de sus proposiciones sentenciosas, llamadas paradojas, causando esto gran risa en el auditorio, y áun en los jueces; y que Calon sonriéndose dijo sin alterarse á los circunstantes: «¡Qué ridículo cónsul tenemos, ciudadanos!» Parece que Ciceron era naturalmente formado para las burlas y los chistes, y que su semblante mismo era festivo y risueño; cuando en el de Demóstenes estaba pintada siempre la severidad y la meditacion; á las que entregado una vez, no le fué ya dado mudar: por lo que sus enemigos, como dice él mismo, le llamaban molesto é intratable.

Tambien se ve en sus escritos que el uno no tocaba en las alabanzas propias sino con tiento y sin fastidio, y sólo cuando podia convenir para otro fin importante, siendo fuera de este caso reservado y modesto; pero el desmedido amor propio de Ciceron de hablar siempre de sí mismo descubre una insaciable ánsia de gloria; como cuando dijo:

Cedan las armas á la docta toga, Y el laurel triunfal á la elocuencia.

Finalmente, no sólo celebra sus propios hechos, sino áun las oraciones que ha pronunciado ó escrito, como si