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CAYO JULIO CÉSAR.

pero éste respondió que si fuese necesario contender de este modo, tomaria prestada otra mayor. Venido el dia, como la madre le acompañase hasta la puerta de casa, no sin derramar algunas lágrimas: «hoy verás, le dice, oh madre, á tu hijo ó pontifice ó desterrado;» y dados los sufragios no sin grande empeño, quedó vencedor, inspirando al Senado y á los primeros ciudadanos un justo recelo de que tendria á su disposicion al pueblo para cualquier arrojo. Con este motivo, Pison y Cátulo culpaban á Ciceron de haber andado indulgente con César, cuando en la conjuracion de Catilina dió suficiente causa para ser envuelto en ella. Porque Catilina, cuyo proyecto no se limitaba á mudar el gobierno, sino que se extendia á destruir toda autoridad y trastornar completamente la república, redargüido con ligeros indicios, se habia salido de la ciudad, antes que se hubiese descubierto todo su plan, dejando por sucesores en él dentro de ella á Lentulo y Cetego. Si César les dió ó no secretamente algun calor y poder, es cosa que no se pudo averiguar; pero convencidos aquéllos con pruebas irresistibles en el Senado, y preguntando el cónsul Ciceron á cada uno su dictámen acerca de la pena, hasta César todos los condenaron á muerte; pero éste, levantándose, pronunció un discurso muy estudiado para persuadir que dar la muerte sin juicio precedente á ciudadanos distinguidos por su dignidad y su linaje no era justo ni conforme á los usos patrios, como no fuese en el último apuro; y que poniéndolos en custodia en las ciudades de Italia que el mismo Ciceron eligiese hasta tanto que Catilina fuese exterminado, despues podria el Senado en paz y en reposo determinar acerca de cada uno lo que correspondiese.

Pareció tan arreglado y humano este dictámen, y fué pronunciado con tal vehemencia, que no sólo los que votaron despues, sino áun muchos de los que habian hablado ántes, reformando sus opiniones se pasaron á él, hasta que TOMO IV.

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