se habia de consumir por si, y con la guerra se habia de quebrantar, perdiendo prontamente su robustez, como el cuerpo de un atleta euando su fuerza es excesiva y se la ha cansado sin miramiento. Por esta razon dice Posidonio que á éste se le dió por los Romanos el nombre de escudo, y á Marcelo el de cuehillo, y que unida la seguridad y circunspeccion de Fabio con el carácter de Marcelo, fueron la salvacion de Roma. Porque Anfbal, con tener que salir al encuentro frecuentemente á éste, como á un rio que sale de madre, tenía en continua agitacion y destruia sus fuerzas; y con el otro, que parecia tener una corriente mansa y que no se le acercaba sino eon gran tiento, las gastaba tambien y destruia de un modo insensible; y al fin vino á verse tan apurado, que Marcelo le fatigaba peleando, y á Fabio le temia porque huia de pelear, pudiendo decirse que por todo el tiempo tuvo que contender con estos dos, como pretores, como procónsules, ó como cónsules; porque cada cuál de ellos fué cónsul cinco veces.
Mas á Marcolo, cuando servia el quinto consulado logró armarle una eelada, y en ella le quitó la vida; con Fabio, aunque en muchas ocasiones usó de toda suerte de engafios y astucias, nada adelantó; solo una vez llegó como á enredarle un poco y bacerle tropezar. Fingió y remitió cartas á Favio de los más autorizados y poderosos de Metaponto, en el sentido de que la ciudad se le entregaria si á ella acudiese, y que los que á esto se decidian no aguardaban sino que llegara y se presentara en las inmediaciones. Fué seducido Fabio con estas cartas, y tomando parte del ejército, pensaba encaminarse allá en aquella noche; mas babiéndole sido infaustos los agüeros de las aves, se contuvo, y al caba de poco descubrió que las cartas habian sido fraguadas por Aníbal, y que éste estaba en emboscada junto á los muros de la ciudad: suceso que algunos atribuirian á especial favor de los Dioses.
En cuanto á las defecciones de las ciudades y la deser-