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ANTONIO.

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129 mos á juntarnos; sino el que habiendo sido tan acreditado capitan, me haya excedido en valor una mujer.» Tenía un esclavo muy fiel llamado Eros, del que mucho tiempo ántes habia exigido palabra de que le habia de quitar la vida si se lo dijese, y entonces le pedia el cumplimiento de esta promesa. Desenvainó él la espada y la levantó como para herir á Antonio; pero volviendo el rostro, se maló á sí mismo. Al caer á sus piés: «Muy bien, exclamó Antonio, ob Eros, pues que no habiendo podido tú resolverte á ello, me muestras lo que debo hacer;» y pasándose la espada por el vientre, se dejó caer en el lecho. No había sido la herida de las que causan la muerte al golpe; y como se hubiese contenido la sangre luego que se acostó, recobrado algun tanto, pedia á los que se hallaban presentes que lo acabaran de matar; mas ellos huyeron de la habitacion por más que Antonio gritaba y se agitaba, hasta que llegó de parte de Cleopatra su secretario Diomedes con encargo de llevarle al sepulcro donde aquella se hallaba.

Informado de que vivia, pidió con encarecimiento á los esclavos que le tomaran en brazos, y así lo llevaron á las puertas de aquel edificio. Cleopatra no abrió la puerta, sino que asomándose por las ventanas, le echó cuerdas y sogas, con las que ataron á Antonio; y ella tiraba de arriba con otras dos mujeres, que eran las únicas que habia llevado al sepulcro. Dicen los que presenciaron este espectáculo haber sido el más miserable y lastimoso; porque le subian del modo que referimos, bañado en sangre, moribundo, tendiendo las manos, y teniendo en ella clavados los ojos. Porque la obra no fué tampoco fácil para unas pobres mujeres, sino que Cleopatra misma, alargando las manos, y descolgando demasiado el cuerpo, con dificultad pudo tomar el cordel, animándola y ayudándole los que se hallaban abajo. Luego que le hubo recogido de esta manera, y que le puso en el lecho, rasgó sobre él sus vestiduras, se hirió y arañó el pecho con las manos, y manchán

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