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ANTONIO.

A éste le quiló más adelante la vida, despues de la muerte de Cleopatra. Eran muchos los reyes y generales que pedian el dar sepultura á Antonio; pero César no quiso privar á Cleopatra de su cadáver: así es que ella le sepultó régia y magníficamente por sus propias manos, habiéndosele permitido tomar al efecto cuanto quiso. Mas del pesar y de los dolores, pues de resultas de los golpes que se dió en el pecho se le inflamó éste y se le formaron llagas, se le levantó calentura: ocasion de que ella se valió con gusto para ir cercenando el sustento, y acabar de este modo la vida. Tenía un médico de su confianza, que era Olimpo, á quien manifestó la verdad, y de quien se valia como consejero y auxiliador para su designio, como lo dijo el mismo Olimpo, habiendo publicado una historia de estos sucesos; pero tuvo de ello sospecha César, y le hizo amenazas y miedo con los hijos; con lo que como con una batería la sujetó, y hubo de prestarse á que la curaran y alimentaran del modo conveniente.

Aun pasó él mismo despues de algunos dias á visitarla y consolarla. Hallábase acostada humildemente en el suelo, y al verle entrar corrió en ropas menores y se ecbó á sus piés, teniendo la cabeza y el rostro lastimosamente desali.

ñados, trémula la voz y apagada la vista. Descubríase tambien la incomodidad que en el pecho sufria, y en general se observaba que no se hallaba mejor de cuerpo que de espíritu; y sin embargo, la gracia y engreimiento de su belleza no se babian apagado enteramente, sino que por en medio de aquel lastimoso estado penetraban y resplandecian, mostrándose en los movimientos del rostro. Mandole César que volviera á acostarse; y habiéndose és le sentado cerca de ella, empezó á disculparse con atribuir lo ocurrido á la necesidad y al miedo de Antonio; pero contestándole y replicándole César á cada cosa, al punto recurrió á la compasion y á los ruegos, como podria hacerlo quien estuviese muy apegado á la vida. Por último, teniendo