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Plutarco.—Las vidas paralelas.

Anapo, que no dista de la ciudad más que diez estadios.

Deteniendo allí su marcha, sacrificó junto al rio, y adoró al sol saliente. Predijéronle al mismo tiempo los adivinos la victoria de parte de los Dioses; y como los que se hallaban presentes viesen coronado á Dion durante el sacrificio, por un movimiento simultáneo se coronaron todos:

no bajando de cinco mil los que se le habian agregado en el camino. Armados malamente con lo que pudo haberse á la mano, suplian con su buena voluntad la falta de armamento: de manera que al marchar Dion dieron á correr, excitándose y alentándose unos á otros con alegría y regocijo á la libertad.

De los ciudadanos que se hallaban en Siracusa, los más nobles y principales, vestidos de gala, corrieron a las puertas; pero la muchedumbre dió contra los amigos del tirano, é hizo pedazos á los llamados emisarios, hombres malvados y abominables, que mezclándose entre los demas Siracusanos y fingiendo negocios, observaban cuanto pasaba, y denunciaban al tirano el modo de pensar y de explicarse cada uno. Estos, pues, fueron los primeros que llevaron su merecido, destrozados por los que con ellos encontraron. Timócrates no habiendo podido incorporarse con los que custodiaban la ciudadela, montó á caballo y se salió de la ciudad, llenándolo todo con su huida de turbacion y miedo, y exagerando las fuerzas de Dion, para que no pareciese que abandonaba la ciudad con ligero motivo.

En esto ya Dion se acercaba y se dejaba ver, yendo el primero vistosamente armado, y á su lado de una parte su hermano Megacles, y de la otra Calipo el Ateniense con coronas sobre la cabeza. De los estipendiarios ciento seguian á Dion, formando su guardía; y á los demas, bellamente adornados, los conducian los caudillos, saliendo á verlos los Siracusanos, y recibiéndolos como una pompa sagrada y divina de la libertad y de la democracia, que al cabo de cuarenta y ocho años tornaba á la ciudad.