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Plutarco.—Las vidas paralelas.

cartas, reducidas á quejas y ruegos de las que las enviaban; y aunque no querian permitir que se abriese en público la que se tenía por del hijo, porfió Dion y la abrió como las otras. Era sin embargo de Dionisio, quien por lo que hace á la escritura hablaba con Dion; pero en cuanto á los negocios con los Siracusanos; teniendo la apariencia del ruego y de una prudente demanda, pero dirigiéndose á poner en mal á Dion. Porque contenia recuerdos de lo mucho que con tanto celo habia hecho en favor de la tiranía; amenazas contra las personas que le eran más caras, la hermana, el hijo y la mujer; protestas incidentes mezcladas con lamentos; y además, que fué lo que sobre todo le alteró, la propuesta de que no destruyese, sino que tomase para si la tiranía; ni diese la libertad á unos hombres que le aborrecian y le guardaban enemiga, sino que se quedase mandando para dar á sus deudos seguridad.

Leida esta carta, no les ocurrió á los Siracusanos admirar la imparcialidad y grandeza de ánimo de Dion, que por lo honesto y lo justo no atendia á tan inmediatos parentescos; sino que tomando de aqui principio y ocasion para sospechas y recelos, como si estuvieran en una absoluta precision de contemporizar con el tirano, pusieron la vista en otros caudillos; y sobre todo habiendo sabido que lle gaba Heraclides, se encendió más en ellos este deseo. Era Heraclides uno de los desterrados, buen militar, y conocido por el mando que había tenido bajo los tiranos; pero no de ánimo cunstante, sino movible en todo, y poco seguro para la comunidad de mando y de gloria. Indispuesto en el Peloponeso con Dion, habia determinado venir por si con escuadra propia contra el tirano; y llegado á Siracusa con siete galeras y tres barcos, encontró cercado otra vez al tirano, y á los Siracusanos inflamados é inquietos. Captó, pues, al punto el favor de la muchedumbre, porque su carácter tenia cierto atractivo, siendo de los que