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ARATO.

en el mayor peligro. Mas luego que ésta tambien pasó y se libraron del riesgo, subieron á la muralla los primeros Muasiteo y Ecdelo, y tomando por uno y otro lado del muro las calles, enviaron á Tecnon en busca de Arato para prevenirle que acelerara la venida.

Era corta la distancia que había del huerto á la muralla y á la torre, en la que estaba de centinela un perro grande de los de caza. Este, pues, no sintió la escalada, bien porque fuese naturalmente tardo de oide, ó bien porque estuviese cansado del día anterior; pero excitado desde abajo por los perrillos del hortelano, dió al principio unos ladridos sordos y oscuros; arreciólos más cuando pasaron, y al eabo de poco atronaba con sus ladridos toda la comarca; de manera que los de la guardia que estaban á la otra parte preguntaron á gritos al que cuidaba del perro por qué ladraba éste con tanta furia, y si habia ocurrido novedad; pero él respondió desde la torre que nada habia que pudiera dar cuidado, sino que el perro sin duda se habia alborotado con las luces y con el ruido de la campanilla de los que habian hecho la ronda. Dió esto grande aliento á los soldados de Arato, por creer que este hombre les hacia espalds, siendo sabedor de la empresa, y que habria en la ciudad otros muchos que les ayudarian en ella. Mas áun así era bien peligrosa la situacion de los que asallaban la muralla, y la operacion se dilataba, ora por romperse las escalas si no subian uno á uno, ora porque la oportunidad se pasaba, cantando ya los gallos, y no faltando nada para que vinieran á la plaza los que traian del campo cosas que vender. Por lo tanto, el mismo Arato se apresuró á subir, habiendo sido en todo unos cuarenta los que subieron ántes que él; y esperando á que subieran todavía muy pocos más de los que quedaban abajo, se encaminó á casa del tirano y al principal, porque allí dormian los de tropa extranjera. Cayendo de improviso sobre ellos, y prendiéndolos á todos, sin dar muerte á ninguno, envió al punto á