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Plutarco.—Las vidas paralelas.

sus amigos quien los llamara é hiciera venir de sus casas; y acudiendo éstos de todas partes, ya en tanto habia venido el dia y el teatro se ballaba lleno de gentes, pendientes to dos de la voz incierta que corria, sin que nadie supiese eon seguridad lo que pasaba, hasta que se presentó un heraldo diciendo que Arato, hijo de Clinias, llamaba á los ciudadanos á la libertad.

Entonces, creyendo que era llegado lo que esperaban tanto tiempo habia, corrieron en tropel å las puertas de la casa del tirano para pegarles fuego. Levantóse tan grande llamarada que se dejó ver desde Corinto cuando ya ardió la casa; y admirados los Corintios estuvieron para correr á dar auxilio. Nicocles pudo escapar oculto por ciertas cuevas y salir de la ciudad; y los soldados apagando con los Sicionios el fuego, saquearon la casa, lo que no sólo no estorbo Arato, sino que puso á discrecion de los Sicionios todos los demas bienes de los tiranos. Nadie murió ó salió berido, ni de los invasores ni de los enemigos, sina que la fortuna conservó pura y limpia de sangre vil esta empresa. Restituyó á los desterrados, tanto a los que lo habian sido por Nicocles, que eran ochenta, como á los que lo fueron por los anteriores tiranos, que no bajaban de quinientos, y habian andado por largo tiempo errantes, algunos por cincuenta años. Volviendo los más sumamente pobres, quisieron recobrar los bienes de que antes habian sido dueños; y echándose sobre sus posesiones y sus casas, pusieron en grande perplejidad á Arato, por ver que á su ciudad de la parte de afuera se le armaban asechanzas y era mirada con envidia de Antigono, á causa de la libertad; y que de la parte de adentro se ardia en disensiones é inquietudes. Así que, tomando el mejor partido que las circunstancias permitian, la unió á la liga de los Aqueos; y como eran Dorios, no repugnaron admitir el nombre y gobierno de éstos, que entonces ni tenian grande esplendor ni mucho poder, pues eran ciudades pequeñas, y no sólo