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ARATO.

descomponía el vientre en las batallas, y le daban congojas y desmayos en el punto que se presentaba el trompetero; y que en habiendo ordenado la huosto y dado la seña, preguntaba á los jefes inmediatos y comandantes de los cuerpos, si era necesaria para algo su presencia, porque ya estaban tirados los dados y se retiraba á aguardar apartado de allí el éxito. Anduvo esto tan válido, que era cuestion entre los filósofos en las escuelas, si el palpitar el corazon y mudarse el color en los peligros provenia de miedo, ó de mala complexion del cuerpo y de cierta frialdad; citando siempre á Arato, que con ser un gran general experimentaba estos accidentes en los combales.

Acabado que hubo con Aristipo, volvió su atencion y sus asechanzas contra Lisiadas Megalopolitano, que tenía tiranizada su misma patria. No era Lisiadas por naturaleza ruin é insensible al honor, ni como los más de los que dominan solos, se había arrojado por destemplanza ó codicia á esta maldad; sino que llevado del amor de la gloria, todavía jóven, y seducido con las vanas y mentidas alabanzas que se hacen de la tiranía como de cosa feliz y admirable, sin reflexionar hicieron estas especies presa en su ánimo ambicioso; y erigido en lirano, en breve contrajo la arrogancia y orgullo propios de la monarquía. Como con aquellas prendas emulase la dicha de Arato, y temiese sus asechanzas, concibió la idea de la más loable de todas las mudanzas, que fué libertarse primero á si mismo de ser aborrecido, de temores, de encierros y de guardias, y de constituirse despues el bienhechor de su patria. Llamando, pues, á Arato, abdicó la autoridad é incorporó su ciudad en la liga de los Aqueos, lo que apreciaron éstos sobremanera y le nombraron general. Al punto le vino el deseo de superar en gloria á Arato, para lo que promovió muchas empresas no necesarias, y entre ellas la de denunciar la guerra á los Lacedemonios; y como Arato se le opusiese, parecia que era envidia, y más que fue nombrado se-