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ARATO.

á motejarle y acusarle, mostrándose afable en el semblante y en las palabras, les dijo que se sentasen y no grilasen así en pié desordenadamente, sino que entrasen tambien los que estaban junto á las puertas; y al mismo tiempo que así hablaba, se retiraba poco a poco como si fuese á entregar á alguno el caballo. Aparlándose de allí de esta manera, y hablando con serenidad á los Corintios que hallaba al paso, mandándoles que fueran al templo, cuando se vió cerca do la ciudadela montó á caballo, y dando órden á Cleopatro, comandante de la guardia, de que la custodiase con esinero, se encaminó á Sicione siguiéndole treinta soldados, pues los demas le abandonaron ó se fueron escabullendo.

Habiendo los Corintios notado de allí á poco su fuga, fueron en su persecucion, y como no le alcanzasen llamaron á Cleomenes, y entregándole la ciudad no le pareció que equivalía lo que se le daba al yerro cometido en haber dejado ir á Arato. Viniéronse además á Cleomenes los habitantes del territorio llamado Acte, y le hicieron entrega de sus ciudades; despues de lo cual circunvaló y sitió con muro el Acrocorinto.

Acudieron á verse con Arato en Sicione no muchos de los Aqueos, y celebrando junta le nombraron general con ilimitada autoridad. Compuso entonces su guardia de solos sus propios ciudadanos un hombre que por treinta y tres años habia mandado á los Aqueos, y que en poder y en gloria habia tenido la primacia entre los Griegos; y en aquel punto abandonado, escaso de medios y quebrantado de fuerzas, como en el naufragio de la patria, era combatido de tantas olas y peligros. Porque los Etolios, habiendo él implorado su auxilio, se le habian negado; y á la ciudad de Atenas que por amor de Arato se mostraba muy dispuesta, Euclides y Nicion la retrajeron. Tenía Aralo en Corinto bienes y casa; pero Cleomenes no tocó á nada, ni se lo permitió á otro ninguno; ántes haciendo llamar á sus amigos y administradores. les dió órden de que todo lo cui

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