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ARATO.

gos, no teniendo sin embargo gran confianza en Antigono ni en los Macedonios, porque traia á la memoria que sus aumentos le habian venido de los males que á éstos habia hecho, y que sus primeros pasos en el gobierno habian tenido por principal base la enemistad contra Antigono el Mayor. Mas estrechado de la inevitable necesidad y del tiempo, al que sirven áun los que parece que mandan, cerró los ojos y se entregó al peligro. Antígono luego que se le informó de la llegada de Arato, á los demas los saludó con un mediano y comun agasajo; pero á éste desde el primer recibimiento le honró extraordinariamente, y habiéndole experimentado en todo hombre de probidad y juicio, contrajo con él la mayor intimidad, porque realmente era Arato, no sólo útil para los más arduos negocios, sino grato al Rey en los momentos de ocio como el que más.

Por tanto, aunque Antigono era joven, luego que ecbó de ver el carácter de Arato, en el que nada habia de áspero para la amistad con un rey, para todo se valia de él, no sólo con preferencia á cualquiera de los Aqueos, sino áun de los Macedonios que tenía cerca de sí. Sobrevino tambien acerca de esto un prodigio, pareciendo que el Dios lo manifestaba en las víctimas; porque se dice que sacrificando Arato poco tiempo ántes, se vieron en un hígado dos hieles envueltas bajo una sola tela, y que el adivino le anunció que en breve se uniria on estrecha amistad con sus mayores contrarios y enemigos. Por entónces no dió valor al anuncio, ni en general prestaba mucho crédito á víctimas y adivinaciones, ateniéndose á su razon; pero mas adelante, yendo prósperamente la guerra, tuvo un banquete Antigono en Corinto, á que concurrieron muchos convidados, y colocó á Arato en asiento superior al suyo. Pidió de allí á poco una ropa con que cubrirse, y preguntando á Arato si le parecia que hacía frio, como respondiese que en verdad estaba helado, le dijo que se acercase más, y habiendo traido los sirvientes un paño, arroparon con él á los ARATO.