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ANTONIO.

vivia Antonio, y él alargándosela sin decir palabra, luego que la abrió y la empezó á leer se arrojó en sus brazos, haciéndole las mayores demostraciones de cariño. Otros muchos sucesos semejantes hubo; pero nos ha parecido referir este solo para ejemplo.

En esta vuelta de César desde la España todos los principales salieron á recibirle á muchas jornadas; pero Antonio logró ser distinguido en sus obsequios; porque caminando en carruaje por la Italia, á Antonio lo trajo consigo, y á la espalda á Bruto Albino, y al hijo de su sobrina, Octavio, el que más adelante tomó el nombre de César é imperó sobre los Romanos largo tiempo. Cuando de allí a poco fué César nombrado cónsul por la quinta vez, tomó desde luego por colega á Antonio, siendo su intento abdicar despues en Dolabela, de lo que ya llegó á hacer relacion al Senado; pero como se opusiese acaloradamente Antonio, diciendo mil pestes contra Dolabela, y oyendo otras tantas, avergonzado César de su poco miramiento, no insistió más por entonces. Iba al cabo de algun tiempo á ejecutar el nombramiento de Dolabela; pero diciendo en alta voz Antonio que los agüeros eran contrarios, cedió y tuvo que abandonar á Dolabela, el que quedó muy resentido. Sin embargo de todo esto, parece que César no lo aborrecia ménos que á Antonio: porque se dice que habiéndole uno hablado mal en cierta ocasion de ambos, tratando de hacerlos sospechosos, le respondió que no lemia á estos gordos y tragones, sino á aquellos descoloridos y flacos, indicando á Bruto y Casio, que eran los que habian de ponerle asechanzas y darle muerte.

Dióles á éstos el motivo, sin querer, Antonio: porque ce lebraban los Romanos la fiesta llamada de los Lupercales, correspondiente á otra de igual nombre de los Griegos; y César, adornado de ropa triunfal, se sentó en la tribuna de la plaza pública para mirar de allí á los que corrian. Corren en esta fiesta los más de los jóvenes patricios y los