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79 ristas; los llamados Xutos, célebres flautistas; el bailarin Metrodoro, y toda la comparsa de juglares asiáticos, que en desvergüenza é insolencia se dejaban muy atras á las pestes de Italia, corrieron y se apoderaron de su palacio, y ya nada quedó que fuera tolerable, entregados todos á este desconcierto. Porque todo el Asia, á manera de aquella eiudad de Sófocles, estaba á un tiempo llena de sahumerios aromáticos, Y de cantos á un tiempo y de lameatos.

Al entrar, pues, en Efeso, las mujeres le precedian disfrazadas en Bacantes, y los hombres en Sátiros y Panes; y estando la ciudad sembrada de hiedra, de tirsos, de salterios, de obues y de flautas, le saludaban y apellidaban Baco el benéfico y melifluo, y ciertamente para algunos lo era, siendo para los más cruel y desabrido: porque despojaba á los honestos habitantes de sus haciendas para darlas á aduladores y brihones; y pidiéndole algunos las haciendas de hombres que vivian como si hubiesen muerto, las alcanzaban. La casa de un ciudadano de Magnesia la dió á un cocinero en premio de haberle dado gusto en una cena. Finalmente, impuso á las ciudades dos tribulos, sobre lo que hablando Hibreas en defensa del Asia, se atrevió á decirle con demasiada aspereza, aunque al gusto de Antonio, segan su genio: «Si puedes recoger dos veces en un año el tributo, podrás hacer que haya dos veces verano y dos veces otoño.» Haciendo despues la cuenta de que el Asia le habia contribuido con doscientos mil talentos, le dijo tambien con arrojo y confianza: «Si no los bas percibido, pidelos á los que los recogieron; y si los percibiste y ya no los tienes, somos perdidos: expresion que llamó mucho la atencion á Antonio, el cual ignoraba le más de lo que pasaba, no tanto por ser negligente y descuidado, como porque sencillamente se fiaba demasiado de los que le rodeaban.