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ANTONIO.

propios negocios, y de amenazar por la Macedonia el ejército de los Partos, del que los reyes habian nombrado generalísimo á Lavieno, y con el que iban á invadir la Siria, se marchó arrastrado de ella á Alejandría; donde entretenido en las diversiones y juegos propios de un muchacho dado al ocio, desperdiciaba y malograba el gasto de mayor precio de todos, como decia Antifon, que es el tiempo: porque seguian la que llamaban comunion de vida inmitable; y convidándose alternativamente por dias, hacian un gasto desmedido. Referia á mi abuelo Lamprias el médico Filotas, natural de Anfiso, que á la sazon se hallaba él en Alejandría, jóven aún y aprendiendo su profesion, y habiéndose hecho conocido de uno de los jefes de cocina de palacio, la persuadió éste á que pasara á ver la suntuosidad y aparato de uno de aquellos banquetes, que introducido á la cocina, entre otras muchas cosas vió ocho cerdos monteses asados; lo que le hizo admirarse del gran número de convidados, á lo que se rió el cocinero, y le dijo que los convidados no eran muchos, sino unos doce; pero que era preciso que estuviera en su punto cada cosa que habia de ponerse á la mesa, y pasado éste se echaba á perder: pues podia suceder que entónces mismo pidiese Antonio la cena, ó de allí á poco, si le ocurria, ó dilatarlo más, pidiendo un vaso para beber, ó por moverse alguna conversacion; por lo cual no parecia que era una cena sola, sino muchas las que se preparaban, á causa de que no podia preverse la hora. Referia, pues, estas cosas Filotas, y tambien que al cabo de algun tiempo vino á ser uno de los dependientes del hijo mayor de Antonio, tenido en Fulvia, con el que cenaba en confianza con otros amigos, cuando aquél no cenaba con el padre; y que en una de estas ocasiones al médico, que era insolente, y les mortificaba con disputas mientras cenaban, le hizo callar con este sofisma: «Al que está algo calenturiento se le ha de dar de peber frio: todo el que tiene calentura está algo calentu-