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ANTONIO.

rando sobre sus males, y mostrándose compadecido; y ellos contentos tomándole la diestra le rogaban al retirarse que se cuidara y no se afligiese, saludándole con el dictado de Emperador, y diciéndole que se tenian por salvos con que él tuviera salud. Porque puede decirse que ni en robustez, ni en sufrimiento, ni en edad mandó general ninguno de los de aquella época un ejército más brillante que el suyo: así como por otra parte en el respeto al general, en la obediencia unida con el amor, y en el preferir todos por un tenor, ilustres, plebeyos, caudillos y particulares, el ser honrados y apreciados de Antonio á su propia salud, á ninguno de los antiguos Romanos concedia ventaja. Concurrian para esto las muchas causas que hemos dicho: su ilustre origen, su facundia y elocuencia, su munificencia y liberalidad, y su gracia y humor festivo para los chistes y para el trato. Entónces, condoliéndose y sintiendo con los que padecian, y dando á cada uno lo que le hacía falta, todavía tuvo más prontos para todo que los sanos á los enfermos y heridos.

Cuando ya los enemigos desmayaban y cedian, de tal modo los engrió esta victoria, y hasta tal punto despreciaron á los Romanos, que áun por la noche se acercaron á su campamento, esperando saquear de un momento á otro sus tiendas vacías y sus equipajes abandonados. A la mañana se reunieron en mucho mayor número, pues se dice que no bajaban de cuarenta mil caballos, enviando el Rey hasta los de su guardia, como á una vietoria cierta y segura; pues él en persona no se encontró en ninguna batalla. Queriendo Antonio hablar á los soldados, pidió la toga de duelo para comparecer á sus ojos en estado más abatido; pero habiéndose opuesto á ello sus amigos, les arengó con el manto de general, alabando y aplaudiendo a los vencedores, é improperando á los fugitivos; á lo que conlestaron los primeros dándole nuevas seguridades é inspirándole mayor confianza, y los segundos excusándose y