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ANTONIO.

además falto de los utensilios para la moltura, porque habia sido preciso dejar los más á causa de ser muchas las acémilas que habian muerto, y ser conducidos en las restantes los enfermos y heridos. Dicese que un quenix (1) de trigo llegó á costar cincuenta dracmas; y que el pan de cebada se vendia á peso de plata. Recurrieron en este apuro á las hierbas y á las raíces, y como encontrasen pocas á las que estuviesen acostumbrados, siéndoles preciso hacer pruebas con las que no habian gustado ántes, dieron con una hierba que los volvia locos, y despues de la locura les causaba la muerte: porque el que la comia no se acordaba ni tenía ya conocimiento de nada, y todo su afan era mover y revolver cuantas piedras veia, como si se ocupara en una cosa de importancia. Estaba, pues, llena toda la llanura de hombres inclinados al suelo para arrancar y mudar las piedras; y, por último, morian con vómitos de bílis, por cuanto les faltaba el vino, que era el único remedio. Como muriesen, pues, en gran número, y los Partos no los dejasen respirar, se dice que Antonio exclamó muchas veces: «¡Oh diez mil!» maravillándose de los que se retiraron con Jenofonte, pues que con haber hecho un camino más largo desde Babilonia, y tenido que pelear con muchos más enemigos, al fin se salvaron.

Los Partos, no pudiendo romper el ejército ni hacerle perder su formacion, vencidos y puestos en fuga muchas veces, volvian á acercarse pacíficamente á los Romanos que iban á proveerse de trigo ó de forraje, y mostrándoles flojas las cuerdas de los arcos, les decian que ellos tenian determinado retirarse, y aquél era ya el término de la guerra; y sólo algunos Medos los seguirian á una ó dos jornadas, no para incomodarlos, sino para dar proteccion á las aldeas más retiradas. Acompañaban á estas palabras (1) El quenix griego era igual á un cuartillo de la medida castellana.