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Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/195

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canción sin letra, no tardando en enmudecer: tan tímidos e inexpresivos eran los sonidos que brotaban de su garganta. «Hace falta letra—pensó—; no hay canción sin letra.»

Y empezó a buscar palabras. Aunque se le ocurrieron muchas, ninguna la inspiraba, en realidad, el amor a la patria. Había leído en los libros innumerables frases bellas, sonoras; mas ninguna era digna de que un hijo triste, dolorido, se la dirigiese a la madre patria. Sólo había una que en aquel momento merecía ser pronunciada por sus labios. La sentía en su corazón, casi la veía; sabía que todas las otras eran viles y miserables como los mendigos del atrio de una iglesia y aquélla era ardiente como un ascua y luminosa como el Sol. Pero no la encontraba. Y se sentía vil y miserable como el último de los mendigos, de un alma tan pobre como la limosna de un avaro.

«¡Y sin embargo—se decía, lleno de horror—, yo soy un hombre honrado!»

En la esperanza de encontrar con más facilidad la ansiada expresión escribiendo, encendió; no sin descabezar unas cuantas cerillas, la vela; arrojó al suelo la gramática alemana, y se inclinó, pensativo, sobre una hoja de papel.

«¡Patria!», escribió su mano trémula.

Y se detuvo, indecisa.

«¡Patria!», volvió a escribir con pulso más firme.

Y añadió, resuelta:

«¡Perdóname!»

Chistiakov leyó las tres palabras, dejó caer la cabeza sobre el papel y se echó a llorar: le inspiraban una

El misterio
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