Esta página ha sido corregida
194
inmensa piedad su patria, él mismo, todos los cansados, todos los que penaban sin tregua. Y se horrorizó al pensar que hubiera podido partir para siempre y morir oyendo una lengua que no era la suya.
No, no se podía vivir sin patria; no se podía ser feliz cuando la patria era desgraciada. Este sentimiento ponía en su alma una inmensa alegría y, a la vez, un dolor enorme.
Su alma—rotas las cadenas que la ataban—se había unido a la de todo un pueblo. En su pecho enfermo palpitaban miles de corazones sangrantes e inflamados.
Y llorando a lágrima viva, gritó:
«¡Patria, soy tuyo!»
La canción de Rayko sonaba de nuevo, salvajemente libre, impregnada de ira y de lágrimas.