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Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/63

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nuestra habitación. Como no había visto la llave en el vestíbulo, estaba seguro de que María no había salido. Llamé del modo convenido, y esperé: silencio absoluto. Volví a llamar, levanté el picaporte y empujé, sin lograr abrir... ¡Nada!

O mi novia había salido, contra lo que yo creía, o le había ocurrido algo. En esto vi a Vasily, el camarero de nuestro piso.

—Vasily—le pregunté—: ¿ha visto usted salir a mi mujer? ¿Ha venido alguien a visitarla?

El camarero titubeó... ¡Había tanto movimiento en el hotel...!

—¡Ah, sí, ya recuerdo!—dijo, al cabo—. La señora ha salido, Sergio Sergueyevich. La he visto bajar la escalera y guardarse la llave en el bolsillo.

—¿Iba sola?

—No. La acompañaba un señor alto, con gorro de pieles.

—¿No ha dejado ningún recado para mí?

—No, Sergio Sergueyevich.

—No es posible, Vasily. No se acordará usted...

—No me ha dicho nada, Sergio Sergueyevich. Tal vez al portero...

Bajé a la portería. Vasily me siguió al advertir mi inquietud. Tal inquietud no era inmotivada: no conocíamos a nadie en Moscú, y aquel señor alto, con gorro de pieles, me inspiraba angustiosos recelos.

Tampoco al portero le había dejado María recado alguno. Mi desasosiego aumentó.

—¿No recuerda usted en qué dirección se han ido?