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bargo, Liliana sobrellevaba muy bien todas las fatigas y todas las penalidades. Los hombres más robustos iban cayendo enfermos, y ella, bien que enflaquecida, pálida y con las señales cada vez más visibles de la maternidad en el semblante, continuaba con buena salud y yendo de carro en carro. No me atrevía yo nunca a preguntarle por su salud; pero la abrazaba, teniéndola apretada contra mi pecho, largo, largo rato, y cuando quería decirle algo sentíame un tan fuerte nudo en la garganta, que no me era dado articular palabra.

Poco a poco la esperanza fué reanimando mi es píritu y cesaron de zumbar en mis oídos las terribles palabras de la Biblia: Who worshipped and served the creature more than the Creator?

Nos acercamos a la parte occidental de la Nevada, donde detrás de las lagunas muertas, de las tierras saladas y del desierto pedregoso, empieza una zona de estepa, llana, verde y fértil. Cuando, al cabo de dos días de viaje, nadie se puso enfermo, creí que nuestra miseria habría terminado, y ¡a fe que ya era hora!

Habían muerto nueve personas y seis continuaban todavía enfermas. Por temor al contagio, la disciplina había empezado a disminuir; los caballos habían muerto casi todos, y los mulos parecían esqueletos; de cincuenta carros de que constaba la caravana al salir del campo de verano, sólo treinta y dos se arrastraban ahora por el desierto. Para colmo de desdichas, nadie quería salir