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Agachéme para tocar el suelo con las manos, y, efectivamente, nos hallábamos en la estepa carbonizada.

Inmediatamente hice detener la caravana y pasamos el resto de la noche en aquel sitio.

Al día siguiente, apenas despuntó el Sol, un singular espectáculo se ofreció a nuestras miradas.

Extendíase inmensa ante nosotros una llanura negra como el carbón; no sólo todos los arbustos, hierbas y matorrales estaban quemados, sino que todo el suelo era como vidriado, y de tal modo, que las patas de los mulos se reflejaban en él como en un espejo. No podíamos distinguir bien hasta dónde se extendía la llanura quemada, pues el horizonte estaba todavía envuelto en niebla; pero, sin embargo, sin titubear, mandé torcer hacia el Mediodía, a fin de volver al extremo de la región incendiada, en vez de aventurarnos por aquelloscarbones.

Sabía por experiencia lo que significaba un viaje por una estepa quemada en que no existe ni una hierba para las bestias; y como, según todos losindicios, el fuego se había propagado, a merced del viento, hacia el Norte, pensé que yendo hacia el Mediodía llegaríamos al lugar donde el incendio se había iniciado.

La gente obedeció mi mandato, pero de malagana, porque Dios sabía qué retraso iba todo aquello a producir en nuestro viaje.

Durante el descanso de la tarde la niebla fué desapareciendo poco a poco; pero el calor llegó a