Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/107

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
107
 

chara sin tardar y se continuara la marcha. Y así, llenos de alborozo, nos pusimos en seguida en ca mino, oyéndose, en medio de los chirridos de las ruedas al rodar sobre la tierra carbonizada, el chasquido de los látigos y los gritos y los cantos de la caravana.

Ya no se trataba de hacer un rodeo para salvar aquel territorio quemado. ¿Para qué, si unas cuantas millas más allá teníamos la California con sus maravillosos montes?

Proseguimos, pues, en recto camino por la ruta directa; pero muy pronto, y con singular rapidez, la niebla volvió a ocultarnos aquella espléndida perspectiva: púsose el horizonte cada vez más cerrado; descendió, por último, el Sol al ocaso; hízose de noche; las estrellas brillaron indistintamente en el firmamento, y fuimos nosotros caminando, caminando siempre adelante.

Eran los montes mucho más lejanos de lo que nos parecía.

A media noche los mulos empezaron a relinchar y a piafar, y al cabo de una hora la caravana tuvo que pararse, porque la mayor parte de las bestias se habían dejado caer en tierra. Probaron los hombres a hacerlas levantar, pero todo fué inútil. Nadie cerró los ojos en toda la noche, y a los primeros destellos de la aurora todas las miradas se dirigieron ávidamente hacia el lejano horizonte; pero..no se veía nada. El negro y el fúnebre desierto se extendía hasta donde podía la vista alcanzar, uniforme, mudo, limitando con una línea durísima