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—Y, además, muy entrado en años me parece usted para torrero.

—¡Sir!—exclamó de pronto el aspirante con voz conmovida, estoy cansado y abatido; ya ve usted, he sufrido y penado mucho, y éste es precisamente un destino al que desde hace tiempo ardientemente aspiro. Soy viejo y necesito quietud; necesito poder decir: Aquí vas a encontrar un asilo permanente, aquí está tu puesto. ¡Ah, sir!; esto sólo depende de usted; semejante oportunidad no vuelve nunca a presentarse. ¡Qué suerte que me haya encontrado en Panamá!... Se lo suplico...

Dios me es testigo de que soy como una barca que zozobra si no entra en el puerto... Si quiere usted hacer feliz a un viejo... Se lo juro, soy un hombre honrado... ¡Pero estoy tan cansado de esta vida errante!...

Los ojos azules del anciano suplicaban, imploraban de tal modo, que el señor Folcombridge, que tenía un corazón sencillo y bondadoso, sintióse conmovido.

—Well—dijo—, entendido; es usted torrero.

Una indecible alegría se dibujó en el semblante del viejo.

—¡Gracias!

—¿Puede usted subir hoy misino al faro?

—¡Ya lo creo!

— Bien...; entonces, good—bye! ¡Ah, otra cosa!

Cualquier negligencia o descuido en el servicio implica la inmediata destitución.

— All right!