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III

El despertar llegó, sin embargo.

Un día, al recoger las provisiones que la barca le dejara en la roca una hora antes, encontró Skawinski con ellas un paquete franqueado con sellos de los Estados Unidos, y que llevaba escrito sobre la gruesa tela encerada, con caracteres muy claros, el nombre «Skawinski Eso»».

Abrió, lleno de curiosidad, el paquete y vió que contenía libros. Cogió uno, observólo, y luego, con mano trémula, volvió a ponerlo con los otroscerrando los ojos, cual si no diera crédito a su propia mirada. ¡Un libro polaco! ¿Qué significaba aquello? ¿Quién se lo podía haber expedido? Ya no recordaba que en los primeros tiempos de su empleo de torrero había leído en el Heraldo que se había formado recientemente en Nueva York una sociedad polaca, a la cual había mandado la mitad de sus honorarios mensuales; allá, en la torre, poco apego le tenía al dinero. Ahora la sociedad le significaba su gratitud enviándole aque llos libros. Llegábanle éstos, de consiguiente, por un conducto muy natural; pero de momento no podía el viejo atinar en ello. ¡Libros polacos en Aspinwal!, ¡en aquella solitaria torre!... Era una cosa extraordinaria, una ráfaga de remotos tiempos, un milagro. Parecíale sentir, como los marineros en las noches tormentosas, una querida voz casi olvidada que le llamaba por su nombre.