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Permaneció sentado unos instantes con los ojos cerrados, cual si temiese que al abrirlos habíase de desvanecer su ilusión. Pero no; el paquete estaba allí deshecho, y en él, iluminado por los rayos del sol de la tarde, el libro abierto. Cuando el viejo tendió las manos sintió en aquel silencio los latidos de su corazón; miró el libro: eran versos. En gruesos caracteres estaba escrito el título de la obra, y más abajo el nombre del poeta; nombre bien conocido de Skawinski, pues había leído sus obras en París, allá por los años que siguieron al año 30.

Más tarde, durante el tiempo que pasó en las guerras de Argelia y de España, había oído hablar a sus compatriotas de la gloria siempre creciente del excelso poeta (1); pero entonces se había acostumbrado de tal modo al manejo de los fusiles, que ya sus manos no sabían coger un libro.

En 1849 marchó a América, y en el transcurso de su vida trashumante raras veces había encontrado a polacos, ni había tenido ocasión de leer libro alguno escrito en la lengua de su país. Por eso ahora, al volver con mano trémula y saltándole el corazón la primera hoja de aquel libro, parecíale que en su islote desierto iba a suceder algo muy solemne. Todo era calma y silencio a su alrededor; los relojes de Aspinwal acababan de dar las cinco; el cielo era límpido, sin una nube que lo empañara; sólo en lontananza unas gaviotas blancas se destacaban en el azulado espacio; el inmen(1) Trátase del célebre poeta Mickiewicz y de su libro titulado Pan Tadeusz.—(N. del T.)