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so Océano se mecía mansamente; las olas apenas murmuraban al besar la playa, y en el fondo, las casas de Aspinwal, con sus espléndidos ramilletes de palmeras, sonreían... Todo era solemne, apacible y grave.

De pronto, en medio de la paz de la Naturaleza, resonó la temblorosa voz del viejo, que leía en alta voz para comprender mejor: ¡Eres la salud, oh patria, oh Lituania mial Sólo aquel que te pierde conoce tu valor; hoy contemplo tu hermosura en todo su esplendor, y la canto, porque, sedienta, corre hacia ti mi fantasia...

Faltóle a Skawinski el aliento; empezaron las letras a tambalearse ante sus ojos; sentía que una cosa le subía desde el corazón a borbollones hasta la garganta, aprisionándole la voz... Pasó un instante, hizo un gran esfuerzo sobre sí mismo y prosiguió: h Virgen santa que defiendes la luminosa Czestochowa y que brillas en el portal de Ostra! ¡Tú, que el castillo Nowogrodek proteges con su pueblo fiel!

Así como, por milagro, me devolviste un día, stendo niño, la salud (cuando, puesto bajo tu protección por mi desconsolada madre, pude alzar de nuevo mis párpados sin vida y andar luego, a pie, hacia el umbral de tus santuarios a darle gracias a Dios por la vida recobrada), así también, por milagro, condúcenos al patrio hogar...

Imposible fué al anciano dominar su emoción; lanzó un grito y se arrojó al suelo, y sus cabellos de nieve se confundieron con la arena de la playa.

Cuarenta años habían transcurrido desde el día que vió su tierra por postrera vez, y sólo Dios sabe cuánto tiempo hacía que no había oído su lengua.