Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/144

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
144
 

fué que no le devoraron los lobos? Sólo Dios lo sabe.

Era un muchacho pusilánime que, según costumbre de todos los rapazuelos campesinos, se chupaba el dedo cuando oía hablar a los demás.

Nadie creía que llegase a grande, y aun menos que su madre pudiese hacer de él algo de provecho, porque, en realidad, no servía para nada.

Cómo fué no se sabe; pero por una cosa sentís una irresistible inclinación: por la música. Por todas partes oía música, y, ya mayorcito, sólo en la música pensaba, siempre en la música.

Si lo mandaban al bosque con las ovejas o con un cestito para recoger bellotas, volvía a casa con el cesto vacío y exclamaba: —¡Madre mía, y cómo cantaba todo en el bosque! ¡Uy! ¡Uy!...

Y la madre le interrumpía: —¡Aguarda, aguarda; soy yo quien te va a cantar una cosa!—y le cantaba cierta canción sobre las costillas.

Chillaba el infeliz; prometía no hablar más de música: pero ni por un momento dejaba de pensar en los sonidos y armonías que en el bosque oía.

Pero ¿qué es lo que oía?... ¿Lo sabía él acaso?...

¡Los pinos, los abetos, los brezos, las encinas, los pájaros; todo, todo cantaba en el bosque; el bosque entero cantaba!... ¡Hasta el eco!... En los prados cada hierba cantaba también, y en el huerto los gorriones piaban tan recio, que al oírles temblaban las cerezas. Al anochecer poníase a escu-