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acostaba, a pesar de recibir por el dichoso violín tantos y tales mojicones, que ya tenía la cara hecha una alcachofa de puro magullada. Pero..era así de natural.

Yanco enflaquecía visiblemente; el pelo se le enmarañaba cada día más; los ojos se le ponían grandes, y a menudo se le llenaban de lágrimas; el pecho se le hundía, y se le ahuecaban las mejillas...

No se parecía en nada a los demás muchachos; a quien se parecía era a su violín de corteza, que apenas chistaba. Además, el hambre le iba extenuando, porque cuando no tenía pan—y era con frecuencia sólo se alimentaba de zanahorias crudas y... de aquel.inmoderado afán de poseer un violín de verdad.

Aquel afán no le llevó por buen camino.

El criado del palacio solariego sí que poseía un violín de verdad, y a veces, por la noche, lo tocaba un rato para recrear a la señorita camarera. Yanco iba de puntillas hasta la puerta de la despensa para contemplar el violín, que estaba colgado en la pared de enfrente. Mirábalo embelesado, con arrobamiento, como si se tratara de un objeto sagrado...

¡Oh, si una sola vez siquiera pudiera él tenerlo entre las manos para examinarlo bien!... Y sólo de imaginarlo ya se le derretía de gusto el corazón.

Una noche la despensa estaba desierta y no se veía a alma viviente en toda la casa, pues los señores se hallaban en el extranjero y el criado debía de encontrarse en un sitio apartado del inmenso caserón—quizá en las habitaciones de la se-