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canías del río, acechando las piaras de búfalos, que se dirigían hacia el Norte.

La guardia nocturna era pesada y penosa; no pasaba noche sin alarmas, y otra vez tuvimos que habérnoslas con una numerosa cuadrilla de ladrones y pieles rojas, que intentaron otro stampead, es decir, un golpe de mano contra los mulos. El contratiempo más grave, empero, era el tener que pasar las noches sin fuego; pues en la imposibilidad de acercarnos al Platte, carecíamos a menudo de combustible, y como caía por las mañanas una ligera llovizna, el estiércol de búfalo con que substituíamos la leña se encendía con gran dificultad.

Lo que me tenía también muy inquieto eran las piaras de búfalos. De vez en cuando veíamos en el horizonte millones de estos animales, que avanzaban como el temporal, devastándolo todo a su paso. Si una de aquellas piaras se hubiera precipitado sobre la caravana la habría destrozado sin remisión. Para colmo de desdichas, la estepa entera hormigueaba ahora de bestias feroces: osos grises, jaguares, grandes lobos del Kansas y del territorio indio, que venían tras de los búfalos..y de los indígenas. Desde la orilla de los pequeños torrentes, junto a los cuales nos deteníamos para pernoctar, veíamos, al anochecer, rebaños enteros de aquellos animales que bajaban a beber tras el calor abrasador del día.

Una vez un oso se abalanzó sobre nuestro mestizo Wichita, y si no me hubiese yo precipitado a