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EL ALMA DE LA MUJER 115 ES EIA PR. porque, ¿de qué sirve, con efecto, producir, si no hay alguien que sostenga, difunda y haga valer lo producido?

Muchas revoluciones políticas, científicas o literarias, han salido de los salones de las señoras, más bien que de los parlamentos, la plaza pública o la universidad maculinos, donde la fusión de generaciones de clases sociales, de inteli- gencias, ha constituído siempre un problema insoluble.

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Este instinto que la mujer posee de enlazar sus estudios con los estímulos de un ser vivo, infundiéndole fuerzas pa- ra continuar un trabajo que en el fondo de su corazón juz- ga inútil, con respecto a las personas vivas y concretas que ella ama, ha dado pie a la leyenda de que todo trabajo in- telectual realizado por una mujer es la obra de un hombre, y de que la mujer busca al hombre, no para que mantenga viva en elia la pasión por el estudio emprendido, sino para que se lo haga.

La importancia que da el hombre al trabajo intelec- tual, que para él constituye el objeto principal de la vida, y la poca importancia que la mujer le atribuye, considerán- dolo tan sólo como un fin secundario, así como la atávica costumbre de la mujer de ayudar al hombre antes que ser ayudada por él, bastarían sin más argumentación para con- vencer de inverosímil tal leyenda; más todavía: puede agre- garse el poco atractivo que ejercen sobre el hombre las ten- dencias intelectuales de la mujer, atractivo que sería lo úni- co que podría explicar el sacrificio, para él enorme, de re- nunciar una partícula de esa gloria, y ese mérito que tanto ambiciona, en favor de una mujer. A lo que todavía puede añadirse que la escrupulosidad de la mujer, y el alto sentido del agradecimiento no le permitirían recibir ayuda seme- jante sin pregonarlo a los cuatro vientos, de igual modo que por ése su “especial orgullo femenino que la induce a va- nagloriarse de que la amen, si recibiese el tal apoyo resulta- ría más orgullosa que humillada, al publicarlo.

El que la pasión de la mujer por la ciencia sea, en la mayoría de los casos, inducida, no quiere decir que no pue- da tener también ideas individuales propias, no inducidas,