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EL ALMA DE LA MUJER 139

y no habían de servirla para esos fines la síntesis, la deduc- ción ni el espíritu crítico.

El hombre no le pide a la mujer sino que le endulce los sinsabores de la vida práctica, que le alegre la existencia y sepa administrar bien su patrimonio y educar a sus hijos, evitándoles el mayor número de molestias posible. Y a to- dos estos deseos provee admirablemente la inteligencia feme- nina con la intuición, la actividad, el espíritu de observación y el ingenio de que se halla dotada, mucho mejor que las prerrogativas del talento masculino que, fatalmente, de no usufructuárselas, se desviarían de su fin con grave daño para el individuo y para la sociedad.

CULTURA

Dije que la mujer es intuitiva y el hombre deductivo; que éste para saber ha de estudiar, es decir, aprender y reflexionar, mientras aquélla puede saber sin haber apren- dido. El hombre que no ha estudiado ni recibido enseñanza de nadie, no sabe nada, o mejor dicho, sabe infinitamente menos que un hombre que haya leído muchos libros y fre- cuentado con cierto éxito las aulas. Y es que el hombre, cuando estudia a conciencia, adquiere por este medio una suma de conocimientos, un hábito de reflexión y una faci- lidad para orientarse que antes no tenía, pudiendo decirse con toda verdad que cultiva su cerebro,

De aquí el prestigio de que con razón, goza entre los hombres la cultura, que señala una diferencia positiva entre un hombre y otro, entre una y otra clase social, entre una y Otra nación.

No ocurre así con la mujer. El agudísimo espíritu de observación de que se halla dotada, su pasionalidad, su in- tuición, hacen que sin libros ni escuelas, con sólo que en torno suyo existan un mundo diverso que pueda interesarla, y cosas vivas y concretas sobre las cuales pueda ejercer in- flujo, aguce la mujer su inteligencia, acreciente sin cesar sus conocimientos, dilate sus ideas, dándoles mayor profundi- dad, y cultive, en una palabra, su cerebro. Por el contrario, la aversión que por la reflexión siente, la dificultad con que