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tropieza para prestar atención, hacen que saque poco pro- wecho de aprender teórica, ordenadamente, de absorber la ex- periencia ajena condensada en reglas. La aversión que siente por las cosas abstractas impídele casi por completo aprove- charse de los ajenos estudios, y descubrimientos, para pasar a otros, integrar las dotes de la propia inteligencia con la ciencia ajena, según el hombre hace, dificultándole grande- mente el aguzar la inteligencia y cultivarla por medios aná- logos a los que el hombre emplea.

Para aprender ¡eóricamente, para tomar de los libros principios de los que deducir consecuencias y coordinar los varios resultados de los propios estudios, se necesita reflexión, cualidad bastante floja en la mujer; siendo preciso, ante to- do, esa pasión por las síntesis y teorías de que la mujer ca- rece casi por completo, a no ser que la estimule el medio. De donde se sigue que las mujeres dotadas de inteligencia ver- daderamente femenina—obsérvese que hay muchas mujeres dotadas de inteligencia varonil y viceversa—aunque hagan los * mismos estudios que el hombre, alcanzan una cultura muy distinta.

Y no se diga que esa diferencia depende del atavismo —Dios sabe cuánto se ha abusado de la palabreja—o de la di- ferente educación que hasta ahora recibió la mujer. La edu- cación, la instrucción tradicional son diferentes porque los antiguos—que tenían más sentido común que nosotros y nos aventajaban en punto a ver la realidad—, vieron al primer golpe de vista que la mujer era diferente del hombre y ne- cesitaba, por lo tanto, de instrucción y educación diferen- tes; porque las mujeres antiguas no se avergonzaban de con- fesar que sentían más afición al bordado, la cocina, el cím- balo o el pincel, que no a la historia, la política, el latín o el griego y de reconocer que tenían en la vida una misión distinta de la del hombre, que reclamaba, por lo tanto, un programa distinto y de proclamar que para pensar, necesita-

ban de voces vivas que las entrasen por el corazón y no por el cerebro,