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posición, permitiéndole vivir al día, sin pensar y disfrutar de las humildes alegrías con que debe darse por satisfecha, aunque sean pasajeras e ilógicas. La falta de lógica libra a la mujer de esa desconfianza que para una criatura activa es más dolorosa todavía que una desilusión, porque esta últi- ma siquiera tiene la limitación del hecho consumado, en tan- to que la otra no tiene ninguna. La falta de lógica que im- pulsa a la mujer a satisfacer sus instintos antes que sus inte- reses, la permite también cumplir su cometido mucho mejor que un gran desarrollo del razonamiento, que fatalmente la conduciría a perseguir sus intereses a expensas de sus pasio- nes.

La ilogidad es, finalmente, el fundamento de la plas- mabilidad de la mujer. Cierto que algunas veces obstínase la mujer con ilogidad desesperada en querer cambiar los límites de lo imposible; pero en muchos otros casos aplica la misma ilogidad desesperada a encontrar magníficas y gratas las más ingratas condiciones, a que haya de someterse por dar gusto al hijo, al padre o al marido, que exigen ya compañía, ya so- ledad, ora lujo, ora modestia, y le imponen tan pronto la plácida vida provinciana como la vertiginosa de una gran metrópoli. Este continuo cambio, este continuo doblegarse al ajeno deseo, es doloroso y difícil para quien razona y más doloroso y difícil todavía para quien se empeña en ajustar su vida a teorías generales; mas resulta tarea llana y suave, que no implica sacrificio alguno y se realiza como sin sentir, para quien no razona y se deja arrastrar al minuto, de la intui- ción y del amor. Que amor y lógica andan casi siempre a la greña.

Y para un ser que fatalmente depende de los otros en

razón del amor que les tiene, esa plasmabilidad no es poca cosa.

PELIGROS

Pero si la lógica, el razonamiento, no nos son a nos otras, las mujeres, tan necesarios como a los hombres, para