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BL ALMA DE LA MUJER 155

lograr los fines diversos de nuestra actividad, ¿no nos serán tampoco igualmente necesarios que a ellos cuando se trate de emplearlos como guía y freno moral para la dirección de nuestra vida interna?

Creo que no.

Cuando el individuo no es intuitivo ni apasionado, cuando no tiene impulsos espontáneos que le muevan a obrar, como por lo general acontécele al hombre, cuando el indivi- duo persigue únicamente sus propios intereses y únicamente goza en perseguirlos, cual al hombre le ocurre, el razonamien- to que le muestra cuál es su deber y la lógica que lo impele a un acto antes que a otro, son la guía y el freno mejor, qui- zá el único que pueda haber a mano. Cuando no es uno al- truísta y no siente dentro de sí ese terrible acicate que lo im- pulsa, quieras que no, a ocuparse en el bien o el mal ajenos, resúltale no sólo útil, sino hasta indispensable el razonamien- to que le da a conocer dónde pueden sus actos ser provecho- sos o nocivos al prójimo. De otra parte, el razonamiento que debe indicarle al hombre cuáles son sus defectos y cómo es menester que ponga un freno a su egoísmo, es un razona- miento sencillísimo que cualquier hombre puede hacerse. Los defectos más corrientes del hombre: su grosería, su falta de generosidad, su carácter feroz, su indiferencia para el mal aje- no, su indolencia, su volubilidad en el amor, su sensualidad, su pasión inmoderada por el alcohol y el tabaco, no se. pue- den confundir con virtudes, pues saltan a los ojos de todos, incluso a los suyos. No es raro el que verdaderos delincuen- tes reconozcan que sus actos son reprobables, y que así lo confiesen también inciuso hombres sencillamente malos, que no han caído en las redes del Código penal. Hasta da pie es- to para que.muchos malvados no titubeen en reconocer sus defectos, y que haya mujeres sentimentales que se enamoren de ellos, entusiasmándose ante la idea de convertirlos al bien, cual se convertirían ellas si se hallasen en el mismo caso. Pe- ro de. otra parte, precisamente por ser defectos de todos co- nocidos y que el razonamiento le descubre al mismo que es su víctima, es muy difícil que este último pueda servir para aumentar su alcance. No es el razonamiento el que acrecien- ta la falta de generosidad o la sensualidad del hombre; sí el