EL ALMA DE LA MUJER 161
teriores. Precisamente por esto, porque en general los instín-
tos egoístas resultan débiles en la mujer, y con más razón
cuanto más débiles sean, necesita aquélla apoyarse en alguien
que la dirija y sostenga. En la infancia, en la primera juven-
tud, encuentra a su lado ese sostén en el que la niña apóyase
más que el varón. Pero, al correr el tiempo, empieza a flo-
jear el apoyo de los padres, ya porque la edad los rinda, ya
por separarlos toda una generación. No es fácil que los pa-
dres puedan rastrear los deseos y aspiraciones de sus hijos, ya
adolescentes, y encauzarlos y dirigirlos con oportunidad, re-
quiriéndose-a tal fin alguien que tenga su misma edad aproxi-
madamente. La niña fía y se confía mejor a la hermanita
que a la madre; siendo ésta la razón porqué, al salir de la
adolescencia, búscanse con tanta avidez los jóvenes de am-
bos sexos. Es en esa época de su vida cuando la mozuela sien-
te más agudo el deseo de un compañero, porque otro ser de su misma edad, que tenga con ella comunidad de ambiciones, y de intereses, resultará verdaderamente el más a propósito para apoyarla el resto de su vida, por lo que el feminismo deberá proceder con la mayor cautela, al reclamar cuanto pue-. da hacer difícil y raro el matrimonio, pues fuera de éste, no
podrá encontrar nunca la mujer ese apoyo que le es tan ne-
cesario.
Cuando la mujer tiene la suerte incomparable de en- contrar un hombre que la dirija y sostenga, que se inter- ponga entre su excesivo altruísmo y las necesidades de la ví- da y la defienda con el propio egoísmo en que h envuelve, ya no ha menester nada más. Pero suele ocurrir que la per- sona que debería sostenerla, no resulta capaz de cumplir tal misión. En este caso, cuando la mujer que tiene instintos al- truísticos, encuéntrase sola, sin apoyo alguno y sin saber a dónde volver los ojos; cuando se encuentra en la más amar- ga de las situaciones, porque todo eso que llamamos desgra- cia es nada comparado con el sentimiento de estar sola y ha- ber de conducirse sola en la vida, entonces sólo dos caminos se ofrecen a la elección de la mujer: o seguir al pie de la le- tra los dictados de la tradición y el ejemplo, sin meterse a discutirlos, o esforzarse por razonar. En la mayoría de los casos es aquél el mejor camino; pero si la que en esa situa-