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EL ALMA DE LA MUJER 167 TARDADO DEDÚDDEDEDEDADEDDDDans

zón de que la inteligencia femenil no es tan apreciada como la masculina ni es la inteligencia pura lo que a la mujer se le pide.

Mucho se ha clamado contra semejante hecho, conside- rándolo como una injusticia. Pero no se trata de ninguna injusticia, sino de un instinto social, tan tenaz y necesario como el egoístico instinto individual. La sociedad paga con ilimitada admiración aquellas cualidades que resultan social- . mente más útiles. Celebra la valentía del soldado, la profun- didad del hombre de ciencia, el ingenio del inventor, la fuer- za de la lógica en el filósofo, el sentido estético del pintor; porque estas cualidades, aunque parciales, son provechosas al progreso de las ciencias y las artes, y merced a ellas se acrece el prestigio de la nación. Y no se preocupa para admirarlos o celebrarlos de averiguar primero si el soldado o el inventor son generosos, sinceros, justos, amantes de su familia, si son o han sido buenos padres o buenos hijos, o si son o no gené- ricarnente inteligentes, porque el ingenio en general o las vir- tudes particulares de los distintos ciudadanos, son, o a ella le parecen, de ninguna importancia social.

Por el contrario, antes de admirar y celebrar a la mu- jer quiere saber la sociedad a qué empresas dió aliento, quie- re penetrar en su vida privada, hacerse cargo de sus cualida- des estéticas y morales, exige ante todo que su heroína sea hermosa y buena, y como no lo sea, tendrá que fingirla tal para poder ensalzarla, porque ésta es la misión que incons- cientemente le asigna, Si la sociedad hace mal en esto, cosa es que no me atrevo a resolver de plano; pero lo cierto es que el ser hija, madre, esposa e inspiradora, no es para la mujer una función privada cuya excelencia sólo hayan de apreciar sus deudos y allegados, ni una aspiración individual, en la que descanse sencillamente el corazón de un ser humano, si- no una función social, que reviste general importancia, ni más ni menos que la del médico, el maestro, el artesano y el soldado. Dz otra parte, la diferente dirección de nuestro amor y nuestra inteligencia, nos traza una misión distinta, que el vulgo conscientemente no ve, pero que inconsciente y prácti- camente exige. En todos los tiempos ha hecho burla el vul- go de la mujer marisabidilla, de la hembra macho, habiendo