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Estima principalmente la mujer al hombre que cree más ele- vado moralmente sobre los demás: al idealista, al filántro- po; y de los intelectuales, al poeta, al novelador, al artista, que son intuitivos y observadores como ella, y parecen mirar por los demás como ella misma. .

El físico, el químico, el incentor, el explorador, por más grandes que sean los descubrimientos que hayan hecho en sus respectivos dominios, no la emocionan lo más míni- mo. La mujer no admira los actos, ni siquiera los sacrificios, realizados con mira a fines teóricos.

E! hombre que se aisla diez años en un desierto para estudiar los movimientos del meridiano terrestre, o que se deja morir de hambre por resolver un problema geológico o matemático, muévela antes a piedad que a admiración.

Por esta misma razón de ir el amor en la mujer tan unido a la admiración y la estima, resulta en ella tan tenaz y duradero, porque la admiración y el aprecio son sentimien- tos que se basan en la razón y, por lo tanto, eternos, o en todo caso, mucho más perdurables que la caprichosa atrac- ción estética del hombre.

Y no nos dejemos engañar a este respecto de esas co- pletas que hablan de la ligereza e inconstancia de la mujer La mujer es voluble, cuando es viril, cuando ama por modo semejante al del hombre, cuando finge amar o cree que ama, confundiendo el amor con el amor propio, la imitación, el despecho, la negra honrilla o el interés. Ñ

Es voluble por ese mero punto de honor, el amor de Carmen; pero no es voluble el amor de Micaela, ni el de la hija de Rigoletto, que se sacrifica por el amado, precisa- mente mientras éste está cantando la volubilidad de la hem- bra.

Por ir en la mujer el amor tan ligado a la admiración y la estima, es por lo que la compenetración moral e inte- lectual, que al hombre le resulta indiferente, constituye la parte más vibrante del amor femenino. Son el alma, sus bue- nas cualidades y hasta sus defectos, los que la mujer quiere sean el blanco del amor, porque estos son los elementos prin- sipales de la atracción que hacia el hombre siente, los ele- mentos razonables del amor; porque no es un simple placer